jueves, 26 de marzo de 2009

soluciones a la crisis

Estos meses hemos oído a nuestros fabulosos emprendedores, creadores de trabajo y sacrificados prohombres lamentar que el Estado no hiciese nada para meter mano en los negocios bancarios. Como auténticos marxistas de tomo y lomo hasta han llegado a apuntarse a una presunta huelga general o a cualquier manifestación que se precie, reclamando sus derechos de ciudadanos de disfrutar de las bondades económicas del gran capital, que ayer se le ofrecían como jugosos pasteles y ahora se le niegan ante el desplome de sus cuentas.

El paisaje es, por lo tanto, desolador. Pero no en Galicia, donde un grupo de aguerridos promotores han decicido subastar sus bienes inmuebles con la esperanza de que los especuladores habituales, en lugar de esperar como carroñeros a que malvendan sus pisos, se lo piensen mejor y entren en una subasta pública por ellos. Es una manera de lograr la liquidez económica que le niegan los bancos.

En Vigo tenemos otro valeroso emprendedor que, en lugar de asombrarse porque los compradores no abarroten sus oficinas para sacarle los pisos de las manos, ha decicido ofrecerlos él mismo. ¡Salir a la calle a ofrecer su producto! Increible. Ya no existen clases sociales. Los comerciales que ayer le ponían cara de asco a la parejita que venía a preguntar por un apartamento en la última urbanización de lujo podrá devolver el desdén diciendo que ahora ya no lo quiere, que tal y como están las cosas, prefieren esperar y seguir viviendo en el piso de arriba de la vivienda unifamiliar de sus padres. El mundo al revés. Toca repartir folletos en las manifestaciones por una vivienda digna, arriesgándose a que algún policía despistado le reviente la cabeza.

Pero, sin duda, quienes mejor han entendido el modo en el que salir de esta crisis son los míticos hosteleros vigueses. Nada de apretarle las tuercas a ese sudaca que pretende cobrar como un español, haciéndole trabajar diecisiete horas en lugar de las doce habituales. Nada de cobrar seis euros por mirar las sillas de la terraza ni doce por poder esperar media hora sentado en ella a que un aspirante a modelo te pregunte qué quieres tomar.

Lo mejor es sacarse la careta y reconocer lo que queremos: turismo de calidad. Pero no entienda el lector por esto turismo cultural, gastronómico o rutas organizadas para disfrutar de los paisajes naturales. Eso son chorradas que sólo atraen a hippies que comen un bocata en el mirador y a familias que piden platos combinados para que los niños tiren la cocacola encima de la mesa.

Lo que hace falta es reconocer de una vez que Vigo es la Marbella gallega, el paraíso de especuladores y vividores que cotizan en la Noria, poner a Vigo en el mapa de una puta vez, vamos. Olvidarnos de que de tres meses de verano hay por lo menos uno de lluvia, de que si ya hay una Marbella es porque no hacen falta dos y de que el patrimonio cultural, artístico y medio ambiental de las Rías Baixas es lo único que nos va a quedar cuando se vayan los turistas. Y, sobre todo, olvidarnos de que Valencia está a tres horas y media de Madrid sin necesidad de Ave, con uno de esos trenes que no queremos aquí por no ajustarse a nuestras necesidades imperiosas.

Ahora que lo tenemos claro ya sólo nos queda elegir a un Jesús Gil que nos saque al mundo.

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