miércoles, 7 de enero de 2009

politica

Una de las cosas que más embarran la percepción de ciudad es la costumbre local de pretender que los proyectos se realicen antes de los próximos quince minutos. Basta con que a algún iluminado se le ocurra una idea maravillosa que nos ponga a todos en el mapa para que las fuerzas vivas, el señor boticario y el maestro de la escuela se indignen por la lentitud de las instituciones.

Crear el AVE, ordenar el tráfico portuario, rellenar la ría, humanizar nuestras vidas, embellecer la ciudad de manera perdurable, construir aparcamientos o simplemente arreglar el saneamiento o sacar los cables de la luz de las alturas del centro de la ciudad son proyectos a largo plazo que piensa un alcalde y termina otro, cobrándose el prestigio de un tercero por el camino.

Procuro defender la lentitud en planificar las ideas y respetar todas las aportaciones a las mismas, incluso las de aquellos que unicamente protestan por fastidiar. Cualquier reflexión que se haga respecto a aquello que nos va a acompañar durante los próximos diez, quince o veinte años merece ser, por lo menos, escuchada. Nada hay peor que escuchar al señor cura y al cacique del pueblo soltar mamarrachadas respecto a la "gobernabilidad", la "estabilidad" de la clase política y otras sandeces que pretenden enterrar la crítica, siempre legítima y que debe ser defendida por los mismos gobernantes, aunque les cueste el puesto alimentar a sus enemigos.

Y esto es lo que quería decir para empezar el año.

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